La civilización de los nuraghis que habitó la isla de Cerdeña hacia el II milenio a.C., nos legó una fascinante terapia natural que sólo recientemente ha empezado a desvelarse. Poco se sabe de esta cultura. Su nombre parece provenir de las voces fenicias "nourgh" (luz), y "karak" (ardiente).
Los estudios arqueológicos la sitúan en el siglo XIII a.C., pero sobre ella disponemos de unos pocos testimonios griegos que datan del siglo V a.C. cuando ya se encontraban en fase de extinciónHoy los arqueólogos siguen investigando el enigma de esta civilización en las ruinas diseminadas por toda la isla de Cerdeña; las torres "nuraghes", los "templos de la luna" y las curiosas "tumbas de gigantes"
-así llamadas por el tamaño de la oquedad dondes se sepultaba el cuerpo de los héroes relevantes-, son algunos de los restos que se han conservado.
Desde 1991, el arqueólogo Mauro Aresu, fundador del centro de investigación Uomoterra, se dedicó a investigar los puntos magnéticos que se detectan en las llamadas "tumbas de gigantes", ayudado por la horqueta de radiestesia.
De los testimonios de Aristóteles y Tertuliano dedujo que estos enterramientos cumplían una doble función: cargar de energía el alma del difunto para su viaje al más allá y sanar a los vivos de todo tipo de males.
El siguiente paso fue comprobar con ayuda del péndulo, la gran potencia energética que circula alrededor de las lápidas. Posteriormente, intentó realizar curaciones por magnetoterapia natural en la proximidad de las tumbas. Así comprobó que, 3750 años después de los nuraghis, la exposición a los flujos energéticos en estos lugares seguía siendo eficaz para tratar enfermedades diversas, desde traumas psíquicos hasta fracturas de huesos. Mauro Aresu afirma que de ese terreno, en el que están situadas las "tumbas de gigantes" mana una corriente energética con una frecuencia de alrededor de 437 megahercios. El ser humano normal tiene sólo 27.
Esta emisión es capaz de atravesar el cuerpo, localizando la célula enferma y cargándola de energía para regenerarla. Cerca de la base de la lápida hay una oquedad dónde dice se acuesta el individuo para sanar. Primero advierte un ligero hormigue en los pies y las manos. Muy pronto empieza a sentir calor en la zona del cuerpo donde se localiza su dolencia. Mauro Aresu y su mujer, Arianna Mendo fundaron el centro de investigación Uomo Natura Energia (www.uomoterra.it), en el cual iniciaron sus primeros trabajos de investigación, aplicando tratamientos de magnetoterapia natural en la proximidad de estas tumbas y obteniendo unos resultados que, más tarde, fueron publicados por la revista de medicina de la universidad de Génova.
Hay casos de hemorragia en los cuales, después de unos pocos minutos de exposición a la energía, cesa de fluir sangre -sostiene Mauro-.
Este curioso efecto antihemorrágico incluye el ciclo mestrual. Nos preguntamos cómo descubrieron los nuraghis, mil doscientes años atras, el poder extraordinario de estas piedras. La respuesta podría estar en otra pregunta: ¿Cuánta diferencia de instinto puede haber entre un perro doméstico y un lobo? A lo largo de los siglos el hombre fue perdiendo esa intuición natural que poseían los nuraghis. Ellos no necesitaban un instrumento para localizar los puntos magnéticos. El mejor detector era la sensibilidad de sus propios cuerpos.
Los chamanes tenían la ventaja de considerar fenómenos naturales como seres vivientes. También eran capaces de percibir las líneas magnéticas producidas por las corrientes de agua subterránea que atraviesan el terreno y de reconocer las energías positivas. La primera operación consistía en alinear las piedras para formar la estructura de la tumba, siguiendo las líneas magnéticas. Con sus manos extendidas, el chamán iba indicando esas líneas invisibles que determinaban la longitud exacta de los muros. La última corriente magnética se empleaba para trazar el diámetro en la exedra: una construcción abierta semicircular, con asientos en el interior de la curva. La lápida se erigía en el lugar donde se localizaba el punto de máxima frecuencia y se concebía como un receptor de la energía solar que fecundaba la tierra. Esta lápida pétrea representaba al principio masculino penetrando en el femenino (tierra), símbolo que también se encuentra en la India como una evocación del Lingam (el falo del dios Shiva) y el Yoni (organo femenio de su esposa Shakti), en forma de cavidad. Para los nuraghis, el dios con cabeza de toro representaba al principio fecundador y la luna el principio femenino.
El enigma de las torres Esta última producía las energías que manan del agua subterránea y que circulan en las piedras colocadas sobre el curso de las corrientes. Desde el punto de vista del culto funerario, dichas energías liberaban el espíritu del difunto y lo conducían a una nueva reencarnación. La tumba concebida en forma de barca, simbolizaba el viaje al más allá. También -como adelantamos- los enterramientos eran utilizados con fines terapéuticos. Los testimonios de Aristóteles y
Tertuliano describen las curaciones que practicaban los antiguos sardos como verdaderas "incubaciones" que duraban de cinco a siete días. Las terapias se realizaban en el hemiciclo que formaba la exedra, con un ritual de invocación dirigido a los espíritus benéficos. El enfermo se acostaba bajo el arco del orificio practicado en la lápida y entraba en un sueño profundo. Entonces, el chamán utilizaba la presencia de una fuente energética subterránea para conseguir la total regeneración de las células.
Las grutas terapéuticas
Los dos kilómetros de la primera tumba que hemos descrito se encuentra la zona de San Giorgio. Incansable con su horqueta de radiestesia, este arqueólogo descubrió en este lugar unas grutas labradas por los nuraghis hace unos 3000 años y que también estaban destinadas a la sanación. - Los árboles de copas frondosas ocultan las grutas. Después de pasar bajo un túnel de vegetación se llega a un espacio abierto delante de una gran gruta. En la primera roca inclinada hay un relieve del tamaño de un pomelo, con dos hendidura a ambos lados, formas talladas por la mano del hombre cuyo objetivo era la función terapéutica. En la entrada de la gruta hay una roca plana en forma de barca sobre la cual habría que tumbarse para obtener el beneficio terapéutico. Más adelante hay otra gruta, algo más pequeña que tiene una propiedad particular-comenta Mauro- extendiendo los dedos frente a la entrada se ve un aura fluerescente rodeando los dedos. Al fondo de las grutas, se encuentra la roca con mayor energía de esa zona. Es una talla perfectamente realizada, con la forma de una silla de montar que sale de la gran pared de granito. Al salir de la gruta se puede ver la colina donde se levanta la Iglesia de San Jorge, edificada en 1625 sobre un supuesto templo del agua. Es una pequeña capilla de aspecto pobre, con un austero altar al fondo y poca capicidad para los fieles. Mauro cree que los frailes sabían perfectamente que allí había existido antes un templo del agua y construyeros aquella capilla para captar las poderosas fuerzas telúricas. -Doscientos kilómetros al sur se encuentra Santa Catalina, otro enclave de ruinas nuraghis donde se puede visitar uno de los pozos sagrados, o templos del agua, en mejor estado de conservación que nos ofrece la isla. Estos templos estaban consagrados a la luna y al principio femenino, pero llama la atención la perfección de los cuadrados de piedra recortados en un tipo de cincel, que nos recuerda la asombrosa precisión conseguida por los antiguos egipcios en la realización de este tipo de cortes y nos invita a preguntarnos si existió alguna conexión entre los nuraghis y la antigua civilización del Nilo. El templo del agua comprende un vestíbulo de entrada, situado al nivel del suelo, que presenta formas diversas -cuadrado, óvalo o triángulo- y siempre está abierto al exterior. Una escalera desciende a la cámara donde se encuentra el pozo del agua, símbolo de la fertilidad y del regreso a la madre tierra. En lo alto del cielo raso un agujero filtra la luz del día, iluminando la cámara.
Otro monumento que provoca dolores de cabeza a los arqueólogos son los nuraghes. Estos edificios en forma de torres circulares, erigidos mediante superposición de piedras de similar tamaño, constituyen hoy el símbolo de Cerdeña. Hay unas siete mil ruinas de nuraghes del período neolítico, dispersas por toda la isla. Los arqueólogos discuten la función que tenían estas construcciones y hay hipótesis para todos los gustos. Para unos eran lugares de reunión tribal, para otros fortificaciones, y no faltan quienes creen que eran monumentos a los héroes o templos dedicados a las ceremonias de iniciación. Su altura alcanza los 26 metros y su estabilidad es notable. También se observa una disposición astronómica de estos edificios. En su mayoría están orientados hacia el este, de tal modo que, en el solsticio de verano, los rayos del sol se filtran por un orificio calculado al milímetro para que se proyecte directamente sobre un rincón de la sala, donde hay una banqueta de piedra. La persona sentada recibe así un baño de luz radiante. Lo importante de estos descubrimientos es que hacen evidente una constante del pensamiento antiguo. Muchas culturas antiguas creían que lo esencial era la comunión con la naturaleza, percibida como manifestación de una unidad cósmica que abarca a toda la Creación y relacionaba entre sí a todos los elementos del cielo y la tierra.
Basado en el artículo publicado en Año/Cero nº 08-145 de